Hace unos meses, coincidiendo con una de las etapas más duras de mi fase exploratoria, tuve una experiencia que estuvo a punto de echar a perder todos mis esfuerzos.
Hacía ya cuatro meses que había dejado mi trabajo, acababa de volver de viajar por medio mundo y aunque tenía muchas ganas de trabajar en mis proyectos privados y de seguir formándome en los temas que había decidido, también me encontraba en una montaña rusa de emociones en las que me debatía entre la inseguridad por no tener un trabajo fijo y la euforia por estar haciendo justo lo que quería hacer.
Justo en este contexto, un amigo me llamó para decirme que en el departamento de su novia, que trabajaba para una institución pública alemana, estaban buscando a una persona que supiera idiomas y que tuviera disponibilidad para viajar por Europa, ocupando una vacante temporal.
Por darle una oportunidad, le dije que me lo pensaría y diez minutos después me estaba llamando el jefe de departamento al móvil para hablar conmigo. Le cogí un poco sorprendida por la velocidad; había aprovechado para ir a la piscina y había mucho ruido – situación nada idílica para una entrevista de trabajo, por informal que fuera – pero nos entendimos muy bien, me ofreció el puesto y me dijo que si lo quería tenía que mandarle el currículum esa misma noche.
Volví a casa de la piscina más acalorada que antes de salir. Tenía 24 horas para tomar una decisión importante, una de esas decisiones que van a influenciar directamente el trascurso de los próximos meses, o incluso años.
No sabía por dónde empezar. No se trataba de algo que hubiera buscado ni que me hubiera planteado alguna vez, por lo que no tenía ni idea de si verdaderamente era una buena oportunidad o no.
Hice una lista con cosas positivas del puesto y otra con cosas negativas. Me dije que era una vacante temporal, que de todos modos no iba a tener grandes consecuencias en mi vida, tanto si la cogiera como si no. Y seguramente era cierto. Sin embargo, aunque parecía que la lista de cosas positivas crecía más rápidamente que la negativa, un sentimiento de intranquilidad empezó a invadirme.
¿Era esto algo que verdaderamente quisiera o me estaba conformando con la primera oportunidad que aparecía?
¿Habría dejado mi trabajo anterior para coger un puesto así?
Claramente no. Hasta que mi amigo no lo había mencionado, no me había interesado lo más mínimo y era precisamente el hecho de tenerlo en bandeja lo que más me animaba a cogerlo.
¿Pero y si rechazaba una buena oportunidad para meter cabeza en una institución alemana, que quién sabe qué otros contactos me podría aportar?
Esa misma noche, después de meditarlo durante horas y de cambiar varias veces de opinión sobre si aceptar o no el trabajo, acabé escribiendo un Email agradeciendo la oportunidad pero rechazándola formalmente.
Seis semanas después, me ofrecieron un trabajo que cumplía todas las características de mi búsqueda, el tipo de trabajo que realmente aspiraba a encontrar cuando decidí cambiar de rumbo y que habría tenido que dejar ir, si hubiese aceptado el otro.
Aprendiendo a ser asertivos – ¿Por qué nos da tanto miedo decir que no?
Aunque probablemente hayas oído hablar a menudo de la asertividad, no siempre resulta fácil ponerla en práctica, debido a algunos prejuicios comunes como el miedo a la confrontación o la falsa creencia de que para ser aceptados por los demás, no debemos negarles nada.
En la práctica, muchas personas acaban siendo poco asertivas, huyendo de cualquier tipo de controversia y con una necesidad interna de agradar y querer quedar bien con todo el mundo. Intentan evitar defraudar a terceras personas a toda costa y acaban poniéndose a menudo en situaciones incómodas que podrían haber sido fácilmente evitadas, con sólo haber sabido decir que no a tiempo.
Esto puede ocurrirnos en todos los planos de nuestra vida, ya sea con nuestros amigos o familiares cercanos, en nuestro entorno laboral e incluso con nosotros mismos:
1 – En nuestra vida personal, con nosotros mismos y con respecto a nuestras metas y objetivos
En ocasiones tenemos miedo a rechazar oportunidades que nos ofrecen y que no hubiéramos buscado por nosotros mismos, porque interiormente tenemos miedo a que no se presente una oportunidad parecida y nos acabemos arrepintiendo. Es el mismo impulso que nos incita a comprar algo de rebajas que no necesitamos, sólo porque el precio es menor de lo normal.
Esto ocurre, porque está demostrado que las personas tenemos mucho más miedo a perder, que ilusión por ganar.
Por eso, nos cuesta mucho más dejar ir una oportunidad que ya nos han ofrecido y que es nuestra, de lo que nos anima la idea de encontrar la oportunidad perfecta, aquella que cumpla todas nuestras condiciones.
Esto a la larga nos incita a conformarnos con lo primero que nos ofrecen, en lugar de a crear las condiciones perfectas para que nuestra situación ideal pueda darse.
2 – En nuestras relaciones personales, con familiares y amigos
Muchas veces también nos cuesta decir que no a nuestros amigos o familiares.
En numerosas ocasiones acabamos comprometiéndonos y comprometiendo nuestros proyectos personales, con tal de evitar que la otra persona se sienta ofendida y piense mal de nosotros. Incluso cuando aquello que nos han pedido no sea tan importante.
3 – En el trabajo
También tenemos miedo a decir que no en el trabajo a nuestros jefes y compañeros, porque pensamos que nos considerarán peores trabajadores si no aceptamos algún proyecto o si decimos que no tenemos tiempo para hacer algo.
Esto ocurre aún con mayor frecuencia que con nuestros familiares y amigos e incluso con nosotros mismos, ya que el miedo al rechazo y a que piensen mal de nosotros suele ser aún mayor que en las anteriores circunstancias.
En cualquiera de los escenarios anteriores, saber decir que no sin sentirse culpable y de forma asertiva es una gran cualidad que es importante aprender y cultivar.
Las ventajas de saber decir no (con cabeza)
Lo que no haces, es justo lo que determina lo que puedes hacer (Tim Ferris)
Decir que no a ese trabajo fue una las mejores decisiones que he tomado este año, a pesar de que en el momento dudé mucho y llegué a pensar que probablemente estaba cometiendo un gran error al rechazarlo.
Mi amigo tenía razón cuando me dijo que se trataba de una buena oportunidad. Lo era.
Sólo que no para mí y no en el momento en el que me encontraba.
Un libro que me ha gustado este año y que me ha ayudado a darme cuenta de que tengo que decir que no más a menudo ha sido El Esencialista, de Greg McKeown.
El autor describía varias situaciones cotidianas, en las que las personas que no eran capaces de rechazar ninguna petición acababan desbordadas y sin conseguir buenos resultados. Por el contrario, las que habían aprendido a decir que no con asertividad y respeto, recibían a cambio el mismo respeto.
Pensé en situaciones parecidas que yo he vivido en mi trabajo y con mis amigos este año. Siempre que había dicho que sí a una situación por evitar ofender a otra persona o ser rechazada , había acabado sintiéndome incómoda, teniendo que cancelar un plan en el último momento o agobiada sin disfrutar ninguna de las cosas en las que me había comprometido. Por el contrario, cuando había tenido que rechazar algún plan por falta de tiempo o no había podido ayudar a algún amigo porque tenía otro compromiso igualmente importante, todos lo habían entendido y yo había podido hacer mis cosas mucho más relajada.
Incluso en el trabajo, a principios de año tuve una situación en la que me vi obligada a decirle a mi jefe que me quitara uno de mis proyectos, porque sentía que iba a remolque entre todos. Dudé mucho antes de atreverme a decirlo, porque no quería quedar mal y que pensara que me estaba quejando, pero no ocurrió nada así. Decidió que justo el proyecto que me implicaba viajar más, estaba mal planteado y no era tan importante, así que recortamos esfuerzos de ése y me pidieron que me dedicara por completo a los demás, que acabaron saliendo muy bien y por los que me llegaron a felicitar en varias ocasiones.
Apliqué la regla de Menos pero mejor y todo salió bien.
Así que entre los muchos objetivos de este año, me he propuesto decir que no más a menudo.
No significa que vaya a plantarme en el trabajo ni que vaya a dejar de lado a mis amigos cuando me necesiten. Hay que saber tener sentido común y darse cuenta de cuándo una persona verdaderamente necesita tu ayuda o está ilusionada por proponerte un plan.
Simplemente voy a rechazar aquellas ideas que no se alinean con mis objetivos y los planes que tiendo a hacer por compromiso y que me acaban poniendo en situaciones incómodas.
***
¿Qué opinas tú de todo esto?
¿Te has visto alguna vez en una situación apretada por culpa de no saber decir que no a cosas sin importancia?
¿Y por el contrario, has vivido alguna experiencia en la que decir que no te haya ayudado en otras circunstancias?
Felicidades por el artículo!
Decir que no es toda una ciencia y como cualquier ciencia cuesta tiempo y esfuerzo aprenderla y manejarla bien.
A mí me pasó una situación parecida cuando acabé la universidad, un conocido me ofreció un trabajo que no me gustaba demasiado, pero acepté porque no tenía nada más y pensé que se iba a ofender conmigo, encima que había tenido el detalle de ayudarme. Duré 6 meses y al final mi amigo se acabó ofendiendo de todos modos por haberme ido tan pronto…
ahí aprendí que es mejor decir las cosas que piensas y no actuar por compromiso, porque se acaba volviendo en tu contra
Gracias :)!
Tienes razón, al final cuando aceptamos a hacer algo por compromiso es muy posible que acabemos defraudando igualmente a la persona. Por eso es mejor saber ser asertivo y sólo aceptar las cosas que verdaderamente nos hacen bien.
Un saludo!
Aprender a decir no, cuando en ese no existe una verdadera afirmación de la persona, (sus valores, creencias, ideas, proyectos, etc…), es un sano ejercicio de autoafirmación. Pero nos han educado para no permitirnos defender nuestros intereses con la etiqueta del «egoísmo»; pero no podemos ser «egoístas» cuando, sencillamente, defendemos nuestra individualidad. Sospecho que el modelo de sociedad patriarcal exige una presión añadida en la mujer, es decir, si los hombres tenemos cierto permiso para ser «egoístas», a la mujer se le supone bastante menos permiso, y esto es algo que funciona a un nivel muy sutil, en esa especie de imaginario colectivo que dirige, silenciosamente, nuestras vidas. . Esperemos que el término «egoísmo» algún día se circunscriba única y exclusivamente a lo que es.
Estoy de acuerdo, no sé si es por nuestro modelo de educación o por nuestra psicología, pero es cierto que las mujeres suelen tener más a menudo la necesidad interna de quedar bien con los demás y la preocupación de ser rechazadas por la sociedad.
Estela tu comentario es desacertado totalmente, hay muchos más hombres que mujeres con enfermedad mental, las mujeres son más fuertes mentalmente o se toman los problemas de otra manera pero ese es el dato real, un abrazo.
Puede que tengas razón; de todos modos no me refería a enfermedades mentales en general sino a inseguridad personal y a la necesidad de quedar bien con la gente.
Respecto a los problemas en general, te doy la razón que mujeres y hombres tienen diferentes formas de afrontarlos.
Un saludo!
Asertar porque suena bien a quienes nos escuchan, no es camino. La controversia peleada fielmente nos enriquece y transporta a un fabuloso duelo Homérico.
Yo creci sin padres tuve una experiencia de abandono y debido a eso me da mucho miedo el rechazo de las personas por lo que me cuesta mucho decir que no…es como si necesitara la aprobacion de los demas..este tema me gusto mucho y me ayudara a aprender a decir que no.¡Me encantan tus blogs!!! Gracias!!!
Hola Tania, gracias a ti por tu comentario!
Entiendo que tu situación es diferente y mucho más difícil de superar, que el miedo al rechazo básico que todos llevamos dentro.
Pero al final todo es intentarlo poco a poco, aprender a mirar por ti misma, aprender a valorar tu tiempo y elegir bien las personas de las que te rodeas.
Te mando un abrazo, Estela