Seguramente en algún momento de tu vida, te hayas sentido sobrepasado por alguna situación cotidiana que normalmente habrías podido resolver sin darle muchas vueltas, pero que esta vez te preocupa de forma particular. Puede ser que coincidan varias situaciones complicadas que no sabes cómo afrontar, o que estés intentando abarcar más de la cuenta y decisiones sencillas te parezcan mucho más complejas.
En otras ocasiones a causa del ritmo acelerado de la vida, es posible que no hayas tenido tiempo de sentarte a pensar sobre algunos problemas y preocupaciones concretas, que se te han ido acumulando en alguna parte de tu cabeza y te generan estrés.
En esos momentos, puede que te sientas muy agobiado y te sorprendas a ti mismo a lo largo del día pensando una y otra vez en lo que te preocupa sin llegar a ninguna conclusión, lo que a la larga resulta frustrante y mentalmente agotador.
Muchas veces las dudas sobre qué hacer y el saber que tenemos que tomar una decisión nos preocupan igual o incluso más que el problema en sí.
Esto es porque estamos acostumbrados a tener todo bajo control y cuando algo se descarrila, activamos nuestros mecanismos de defensa.
Sin embargo, por grandes que sean nuestros problemas, estar mucho tiempo pensando en ellos y lamentándonos sin atrevernos a tomar una decisión no va a hacer que nuestra situación mejore sino que, por el contrario, irá siempre a peor. Además, aunque te sientas muy agobiado, nunca se va a cumplir que “todo va mal” (por desgracia y si pensamos en Murphy, cualquier situación de la vida siempre es susceptible de empeorar). Es posible que se te hayan juntado tres o cuatro situaciones complicadas y como no te has sentado a pensar por separado en cada una de ellas, se han acabado mezclando en tu cabeza y parecen cincuenta.
Si has llegado a ese punto, no desesperes. Hay una forma sencilla de canalizar las preocupaciones y acotar la magnitud de tus problemas. Y para ello sólo necesitas coger un lápiz y un papel, sentarte con un buen café y apuntar una a una las cosas que te preocupan. ¿Sencillo, verdad? Pues hacer esto puede ahorrarte muchas horas de darle vueltas a la cabeza y no llegar a ninguna parte.
Para ello te recomiendo que sigas los siguientes pasos:
1. DIVIDE TU “GRAN PROBLEMA” EN PEQUEÑOS PROBLEMAS INDIVIDUALES
Un problema muy complejo puede parecer un reto a la hora de resolverlo. Pero como dijo Descartes, “- todo problema complejo puede dividirse en un conjunto de problemas simples”. Así que es importante identificar cuáles son los problemas simples que te preocupan.
Para ello, dedica como máximo quince minutos en silencio a pensar en las cosas que te preocupan ahora mismo y te provocan malestar y haz una lista con palabras esquemáticas con todo lo que se te pase por la cabeza, por absurdo que te parezca.
2. REFLEXIONA BREVEMENTE SOBRE CADA UNO DE LOS PUNTOS
Una vez hayas puesto nombre a cada preocupación, escribe al lado una pequeña reflexión de por qué esta situación no es tan grave. Intenta ser objetivo, como si un amigo te estuviera contando ese problema y quisieras apoyarle y ofrecerle un consejo.
Si hay algún punto en el que tengas que tomar una decisión, apunta dos o tres posibles soluciones que se te ocurran para el problema. Escribe todas las opciones que veas razonables sin cortarte; aún no tienes que tomar una decisión sino pensar en cuáles son tus alternativas.
Ahora vuelve sobre cada uno de los puntos y dedica cinco minutos a meditar cuál de las soluciones que has escrito en cada uno de los puntos te resulta más atractiva o resuelve de forma más sencilla tu problema. Redondea estas soluciones.
3. TOMA UNA DECISIÓN
Una vez tengas todos los puntos vuelve a mirar tu hoja y escribe una pequeña conclusión sobre lo que vas a hacer y por qué estás convencido de ello.
¡No te bloquees!
Puede que te agobie la idea de no escoger la mejor forma posible de resolver el problema. Pero llegado a un cierto punto, aunque pases horas y días investigando y analizando todas las posibles formas alternativas no tendrás más claridad a la hora de tomar la decisión. Es incluso posible que todo este tiempo analizando opciones se convierta en un arma de doble filo y acabes teniendo tantas alternativas que te resulte aún más complicado elegir qué hacer. Además seguro que muchas de estas alternativas son igualmente válidas para resolver tu problema. Por eso es importante que limites el tiempo para elegir entre las opciones posibles. Pasado éste, toma tu decisión.
¡Enhorabuena! Acabas de crear una hoja de ruta.
Probablemente resolver los problemas en sí te llevará mucho más tiempo, pero tras canalizar las preocupaciones y acotarlas en unas palabras, notarás que te relajas un poco y que el tiempo que le dedicas a darle vueltas y agobiarte cosas disminuye.
¿Por qué es esto? Precisamente porque ya has tomado una decisión.
El cerebro tiene a recordarnos una y otra vez las cosas que tenemos pendientes y nuestros “puntos abiertos”, para que no se nos olviden. Pero si en el fondo de tu ser sabes que hay una solución concreta para cada uno de estos problemas y que está en camino, el cerebro se aburrirá de darle vueltas al mismo punto y pasará a otra cosa.
Puede que tras hacer el ejercicio aún pienses en todos los problemas tres o cuatro veces al día. Pero si cada vez que esto ocurre vuelves a leer lo que has escrito, reforzarás tu decisión y te recordarás que hay una solución en camino y con el paso del tiempo dejarás de pensar en el tema. Así tendrás más espacio libre en tu cabeza y mayor tranquilidad para concentrarte en resolver efectivamente los problemas, en lugar de tanto preocuparte y no hacer nada.
¿Y tú, alguna vez te has sentido liberado al tomar una decisión sobre un problema, aunque aún no hayas podido resolverlo?
Así que un día antes de tener que comunicar mi decisión, me senté a reflexionar sobre todo lo que me pasaba por la cabeza y me causaba malestar.
Paso 1: dividir mi “gran problema” en problemas individuales.
Mi gran problema es que me sentía agobiada y lloraba cada vez que alguien me preguntaba sobre mi futuro. Meditando un poco, vi que esto se debía a lo siguiente:
- Me preocupa rechazar una buena oportunidad laboral que puede que no se repita
- No tengo otro trabajo a la vista. ¿Y si me quedo en paro mucho tiempo?
- Estoy agobiada de estar en casa de brazos cruzados
- Llevo mucho tiempo en la misma ciudad estudiando y me gustaría ver algo nuevo, lo que si cojo el trabajo no será posible en un tiempo
- Si me quedo en esta ciudad, mis amigos de la carrera se habrán ido y no conoceré a nadie. Sería como empezar de nuevo en un sitio viejo.
Así que eso era lo que me pasaba por la cabeza creándome ese combo de emociones.
Paso 2: reflexionar sobre cada uno de los puntos
Dediqué unos minutos por cada uno de los problemas a escribir una reflexión positiva y ver qué alternativas tenía:
- Siempre puedo arriesgar y sino volver a intentarlo. A lo mejor dentro de 6 meses la oportunidad sigue ahí, es algo que hoy no sé 100% seguro
- Conozco a muchas personas que han estado en paro un tiempo y han aprovechado el tiempo para estudiar idiomas, viajar o especializarse y todas han acabado encontrando algo. ¿Qué probabilidad hay de que sea la única que no encuentre nada nunca?
- No tengo que estar esperando a que toquen a mi puerta, puedo aprender algo por mi cuenta, ayudar a alguien de mi familia en su trabajo aunque sea gratis, coger un trabajo de alguna otra cosa mientras sale algo mejor
- Tengo muchas ganas de cambiar, quizá de viajar y ver algo nuevo. ¿Qué podría hacer? Posibles alternativas:
- Ir unas semanas de vacaciones a algún lado de España con amigos
- Ir unas semanas de viaje fuera de España
- Irme a aprender un idioma nuevo mientras sale una oportunidad laboral. Podría mejorar mi alemán y coger algún trabajo de otra cosa.
- Si me quedo en Granada puedo apuntarme a algún hobby nuevo e intentar conocer gente nueva. Cuando me fui por primera vez, tampoco conocía a nadie y luego hice muy buenos amigos.
Así pude ver de forma más objetiva qué era lo que verdaderamente me apetecía y que posibilidades tenía.
Paso 3: tomar una decisión
Conclusión: me genera más estrés pensar en coger el trabajo que rechazarlo y cuando pienso en la idea de irme fuera de España se me pone un gusanillo de emoción en la barriga. Puedo probar irme a Alemania a mejorar mi alemán y encontrar allí algún trabajo para mantenerme mientras busco otra oportunidad laboral.
Decisión: ¡me voy a Alemania, Pepe!
Y aunque hay mil cosas que podían haber salido mal, nunca me he arrepentido de esta decisión y desde que la tomé dejé de preocuparme y empecé a tener de nuevo ilusión.
¿Y tú, crees que podrías usar este método para aclarar tus ideas y dejar de darle vueltas a los mismos problemas? Comparte tu opinión en los comentarios
¡Me ha encantado!
Me sirvió muchísimo para resolver algunos problemas universitarios…. ¡Gracias!
Cuanto me alegro! 🙂
Me encanta, pasé por aquí buscando algo que pueda ayudarme y me sirvió de mucho, me encuentro «Bloqueada» leí el artículo anterior y este; pude ver una luz al final del túnel.
Gracias.
No sabes cuánto me alegra oír esto Mercedes. Mucha suerte con todo y un abrazo!
salvaste mi vida ¡¡¡¡