
El día en el que entierras tus miedos y te conviertes en Indiana Jones
El día en el que empecé a plantearme que me gustaría cambiar de trabajo, fue también el día en el que empezaron las dudas.
Sabía que quería sentirme más realizada y poder aportar algo más al mundo con mi trabajo, pero no tenía ni idea de dónde podía empezar a buscar ni de cómo iba a conseguirlo. Decidí que antes de atreverme a dar ningún paso, necesitaba estar completamente segura de que iba a ser el correcto. Así que dediqué algunos meses a investigar posibles caminos que pudiera seguir y posibles puestos de trabajo que pudieran interesarme.
Durante varios meses me dediqué a analizar muchas empresas y muchos diferentes puestos de trabajo, buscando cuál podría ser mi trabajo ideal, pero ninguno acababa de encajar al 100% con lo que iba buscando. Así que no me decidí a contactar ninguna empresa y tras meses de búsqueda, me acabé perdiendo en la inmensidad de la información y me bloqueé.
Por eso, cuando finalmente conseguí romper el bloqueo y me atreví a cambiar mi rumbo profesional, lo primero que me propuse fue hacer una fase exploratoria y acogerme durante unos meses a la doctrina de Act first, reflect later (actúa primero, piensa después).
Quería volver a aprender a tomar decisiones que tuvieran en cuenta mi instinto y lo que mi corazón me guiaba, en lugar de ser puramente racionales; algo que en los últimos años había comprobado que no estaba teniendo los resultados que esperaba.
Esta decisión me exigía un gran cambio de mentalidad.
Llevaba meses pensando, planificando, cuestionándome posibles caminos pero sin tomar ninguna decisión relevante que me permitiera avanzar por ninguno de ellos y necesitaba olvidarme de todo eso.
Tenía que convertirme en Indiana Jones, lanzarme a la aventura y encontrar el arca perdida, que en mi caso era averiguar lo que quería hacer con mi vida.
Varios meses después de tomar esta decisión y tras haber vivido experiencias extraordinarias, doy mi fase exploratoria 2015 oficialmente por concluida. Durante este tiempo siento que he superado muchas barreras mentales y que no sólo he encontrado muchos tesoros por el camino, sino que recorrer este camino me ha convertido en otra persona; ha despertado en mí una sed de aventuras que estaba temporalmente dormida y ha avivado las ganas de seguir explorando desde otras perspectivas – lo que seguiré haciendo de un modo más light.
En este post voy a intentar recoger las principales lecciones que he aprendido estos meses, tanto las que disparan tu motivación y te animan a seguir adelante, como las que te incitan a abandonar.
Si actualmente tienes tiempo pero no tienes muy claro tu rumbo o si también estás pensando en tomarte unos meses libres para reorientar tu carrera, puede que leer lo que he aprendido en el camino te sirva para inspirarte y averiguar cómo una frase exploratoria podría ayudarte a ti también.
Actúa primero, piensa después – De la estrategia a la acción para una fase exploratoria
Aunque el mantra de Actúa primero, piensa después sea el vivo reflejo de la espontaneidad y aunque muchas de las decisiones que he tomado en estos meses también lo hayan sido, antes de lanzarme a experimentar todo lo que se me pasara por la cabeza, dediqué una semana a hacer un proyecto de vida y fijar mis objetivos personales.
A fin de cuentas, como dijo Einstein: “si yo tuviera una hora para resolver un problema y mi vida dependiera de ello, dedicaría 55 minutos a definir el problema. Porque una vez supiera cuál es el problema, tardaría cinco minutos en resolverlo”.
Yo me sentía del mismo modo. No quería lanzarme a hacer cosas aleatorias y acabar perdiendo el tiempo y sintiéndome frustrada al cabo de unos meses.
Lo que verdaderamente quería, era definir una estrategia a medio plazo que me permitiera experimentar con diferentes posibilidades para alcanzar los objetivos que había fijado en mi proyecto.
No tenía que ser una estrategia perfecta, ni tampoco quería esperar a estar 100% convencida de que estaba dando el mejor paso de entre todos los (infinitos) posibles. Me había dado cuenta de que si esperaba a que se me ocurriera la idea perfecta que cumpliera todos mis requisitos, nunca me atrevería a hacer nada. Simplemente quería tener una hoja de ruta con algunos puntos básicos, ir avanzando y poniendo en práctica las ideas que se me iban ocurriendo y poder descartar por mí misma todo aquello que no me interesara, una vez que lo hubiera probado.
De este modo, podría asegurarme de que no iba a arrepentirme en el futuro por no haber sido valiente y haberme dedicado a lo que me gustaba y podría eliminar de mi vocabulario todas las futuras “y si hubiera…”. Y con suerte podría dar con la tecla de lo que realmente me mueve por dentro.
Sin embargo, en este tiempo no todo ha sido un camino fácil.
Puede que cambiar de rumbo y descubrir lo que quiere hacerse en la vida no parezca a priori una aventura tan peligrosa y compleja como investigar una ruina abandonada llena de misterios de otras civilizaciones, pero como toda exploración, conlleva riesgos y dificultades que hay que superar.
No hay libro tan malo del que no se pueda aprender algo bueno
Aunque estamos acostumbrados a culpar al trabajo como la mayor fuente de nuestra insatisfacción personal y aunque normalmente daríamos todo por nuestra libertad, decidir tomarse una fase exploratoria de forma voluntaria puede acabar convirtiéndose en un fantasma de dimensiones parecidas al que estamos intentando escapar.
En mi caso, el fantasma se convirtió en cuatro sombras, que me han estado acechando desde que tomé la decisión.
1 – La falta de estabilidad y la inseguridad
Cualquier trabajo aporta una estabilidad, ya sea económica, como social e incluso psicológica. Puede que el trabajo que hagas actualmente no te satisfaga o no sea el tipo de trabajo que querrías hacer durante toda tu vida, pero mientras sigues con tu rutina – por dura o aburrida que sea ésta – sigues estando en tu zona de confort, en la que todo lo que ocurre es más o menos esperado y está bajo tu control.
Cuando sales de tu zona de confort, te subes a una montaña rusa de emociones, en la que durante la primera parte de la mañana te encuentras súper motivado y la creatividad y las buenas ideas te desbordan y esa misma tarde te encuentras cuestionándote el sentido de todo y preguntándote si verdaderamente has hecho una locura tirándote a la piscina. Y esto ocurre prácticamente cada semana.
Por otro lado, tu futuro siempre está rodeado por un halo de inseguridad y no paras de preguntarte si verdaderamente acabarás consiguiendo los objetivos que te has propuesto o si serán demasiado ambiciosos y te acabarás quedando por el camino.
Aunque intentes apartarlas, las dudas boicotean muchos momentos y a veces te impiden pensar con claridad. Se requiere de un esfuerzo constante, para conseguir apartarlas y volver a pensar en positivo.
2 – El sentimiento de culpabilidad y la autoexigencia
No tener un jefe que te diga lo que tienes que hacer y que esté pendiente de que tengas los resultados que se esperan de ti, puede suponer dos cosas:
- que no tengas la disciplina que hace falta para ser constante con tu cambio de rumbo y acabes normalmente posponiendo las cosas que importan
- que tu sentido de la auto-exigencia se dispare y acabes trabajando a diario mucho más de ocho horas para el jefe más crítico que hayas tenido en la vida: tú mismo
En cualquiera de los casos y sin importar si el resultado que has obtenido al final es bueno o malo, hay algo que permanece constante: el sentimiento de culpabilidad.
Es muy difícil sentirse a diario satisfecho con lo que se ha rendido, si el jefe eres tú mismo.
Incluso cuando es fin de semana o estás de viaje con tus amigos, siempre te recuerdas que en realidad deberías estar haciendo algo “productivo”, porque para eso has decidido tomarte un tiempo.
Es algo que normalmente no te ocurre como empleado, cuando estás de vacaciones o tras un día de trabajo en el que no has estado tan concentrado.
3 – La soledad
Por otro lado, tener mucho tiempo “libre” significa normalmente tener más tiempo que el resto de las personas que te rodean, lo que acaba implicando pasar mucho tiempo solo. Aunque estés animado con tus objetivos y aunque tengas muchas cosas que hacer, a este tipo de soledad no es fácil acostumbrarse.
En mi caso, de estar rodeada de personas las 24 horas del día pasé a viajar sola, a seguir formándome y a trabajar por mi cuenta en mis objetivos. Durante el viaje todo fue genial, pero cuando volví a mi (nueva) rutina en Stuttgart, me moría por hacer planes con gente a todas horas. Pero la mayoría de tus amigos vuelven cansados del trabajo con sus necesidades sociales ya cubiertas y no entienden que quieras salir a la calle a toda costa, aunque haga cero grados o esté diluviando.
4 – El aporte económico
Aunque es algo evidente y de los primeros aspectos que tienes que tener en mente antes de decidirte a hacer una fase exploratoria, las dudas se incrementan cuando ves cómo tus ahorros van disminuyendo a velocidades increíbles y tienes que empezar a renunciar a algunos planes que antes habrías hecho con gusto. Lo cual es aún más duro, sabiendo que estás necesitado de planes de cualquier tipo.
Todo esto te hace volver a plantearte que dentro de unos meses acabarás teniendo que coger un trabajo de algo que no te guste y estarás igual o peor que antes de empezar.
Con esto no quiero desanimar a nadie, ni mucho menos.
Sé que lo que he aprendido durante estos meses no deja de ser mi visión personal y que es muy probable que cada persona experimente diferentes tipos de fantasmas en función de su personalidad.
Pero sí es cierto que se requiere de mucho positivismo y de una mente organizada para poder sobrevivir a estos fantasmas sin acabar rindiéndose.
***
¿Quieres saber cuáles fueron las experiencias que mantuvieron mi positivismo y mi motivación al máximo durante este tiempo? Pues sigue leyendo el post de la semana que viene, en el que te las cuento.
Deja un comentario