¿Conoces la sensación de tener una buena idea?
Una idea original, de las que aparecen en un momento determinado y emocionan por dentro.
Una idea de las que no te atreves a comentar en voz alta por miedo a que alguien la considere tan buena, que tenga la tentación de robártela.
No importa si esta buena idea ha aparecido tras semanas esforzándote al máximo y exprimiendo toda tu energía y creatividad o ha surgido en el momento en el que menos te lo esperas, como si tu mente estuviera retomando un recuerdo a medio pensar y que ya habías relegado a tu subconsciente. Pero en el segundo en el que la inspiración decide visitarte, te invade la necesidad urgente de materializar tu idea en su finalidad, ya sea escribiendo, dibujando, inventando o empleando tu creatividad precisamente como la palabra indica, creando algo original y propio.
Un combo de sentimientos: la espiral de las buenas ideas
Normalmente suele ser fácil distinguir una buena idea de una idea normal.
A diario tenemos cientos de ideas normales, que pueden ser tan cotidianas y poco espectaculares como ir al trabajo por un camino nuevo, combinar nuestro armario de una forma distinta y original o inventar un plato que resulte delicioso cuando tenemos la nevera medio vacía.
Como cualquier actividad mínimamente creativa, una buena ejecución de este tipo de ideas nos aportará un ligero sentimiento de satisfacción personal y un mal resultado nos causará un breve sentimiento de decepción. Las ideas normales no tienen grandes consecuencias positivas ni negativas, cumplen simplemente su función de romper la monotonía de cada día mediante pequeñas innovaciones en nuestra rutina.
Por el contrario, las buenas ideas sí suelen tener consecuencias más o menos pronunciadas y una buena o mala ejecución de las mismas puede influir de forma más duradera en nuestro estado de ánimo. Estas ideas además, independientemente de la situación o el momento en el que se hayan generado, suelen traer consigo un combo de sentimientos que nos impulsa repentinamente a navegar por un río turbulento y con muchos recodos: la espiral de las buenas ideas.
¿Alguna vez lo has sentido?
- ¡Eureka! – Acaba de ocurrírsete la idea. Lo primero que sientes es un subidón, que viene acompañado por un sentimiento de seguridad en uno mismo y una risa nerviosa.
- Autovaloración – Una vez que la idea se asienta en tu cerebro, tu lado más racional automáticamente empieza a hacer una valoración más realista de la idea y se hace preguntas como: ¿es factible?, ¿es verdaderamente tan buena idea como parece?, ¿tendrá buena aceptación?, etc. Tras esta fase pueden ocurrir dos cosas:
- Tu lado racional se da cuenta de que se trata – como de costumbre – de alguna tontería y descarta la idea. Experimentas una ligera decepción, pero rápidamente se te olvida.
- La idea recibe el visto bueno y pasa el primer corte. Es hora de pasar a la acción. En estos momentos experimentas una urgencia por ponerte a trabajar y dedicarle tiempo a hacer realidad tu idea.
- Planteamiento – Empiezas a darle vueltas a todas las opciones posibles que te permitan acercarte a tu objetivo. Durante esta fase encuentras las primeras dificultades y es posible que no sepas por dónde empezar, lo que te genere impaciencia y frustración. Sin embargo, si sigues considerando que la idea es lo suficientemente buena, encuentras las ganas para superar las primeras incomodidades y pasas a la siguiente fase.
- Ejecución – Tras plantear tu idea y tener claro cómo vas a conseguir tu objetivo, vuelves a recuperar parte de la motivación inicial, lo que te da fuerzas para seguir avanzando. Empiezas a acercarte a tu meta cada vez más, hasta que finalmente consigues llegar y tu idea se hace realidad. ¡Enhorabuena! Orgulloso por haber conseguido lo que te propones, ahora sólo te falta recoger los frutos.
Éste suele ser el proceso de transformación de una idea que atraviesa con éxito la espiral de las buenas ideas y se convierte en realidad.
Eventualmente, si no nos dejamos arrastrar por nuestros propios miedos e inseguridades, acabaremos llegando al final de la espiral, haciendo realidad nuestra idea y, con suerte y si la idea y su ejecución son los suficientemente brillantes, marcando un hito en el campo de su aplicación.
Sin embargo, la mayor parte de las buenas ideas que se conciben, independientemente de que tengan o no el resultado esperado, ni siquiera llegan a hacerse realidad.
Seguro que alguna vez has tenido lo que pensabas que era una gran idea, pero que nunca llegaste a materializar. Porque aunque las fases de ejecución sean claras, durante todo el proceso sentimos la tentación de abandonar más de una vez, como si corrientes contrarias nos empujaran a salirnos de la espiral y no llegar nunca a nuestro destino.
¿Por qué es tan fácil dejar pasar las buenas ideas?
Poner en práctica una idea normal es un proceso habitual que hacemos varias veces al día sin pensar demasiado, obteniendo un resultado mejor o peor.
Sin embargo, durante el proceso de materialización de las buenas ideas, constantemente nos vemos invadidos por la tentación de abandonar y de no conseguir nunca nuestro objetivo.
Es posible que la puesta en práctica requiera de un esfuerzo o una cantidad de tiempo que no estamos dispuestos a invertir y acabemos no dándole la prioridad necesaria. O que aunque en nuestra mente el proceso sea claro, no seamos capaces de ejecutarlo en la realidad con eficacia y tras las primeras dificultades nos acabemos frustrando y decidamos abandonar.
El principal problema para transformar la inspiración en realidad, suele residir en factores internos a nosotros y la única forma de superarlo consiste en mantener el grado de motivación necesario para superar las barreras mentales propias, los inconvenientes y las incomodidades que se derivan de pasar del pensamiento a la acción.
Por otro lado, cualquiera que intenta poner en práctica una idea también puede verse influenciado por agentes externos, tales como la opinión de las personas que le rodean, que puede contribuir a aumentar o a hacer desaparecer la motivación o a condicionar la forma de la ejecución y los resultados finales.
Esto es especialmente relevante en la era en la que vivimos, en la que prácticamente toda la información que queremos y que necesitamos se encuentra a nuestro alcance de forma inmediata. En este contexto, resulta francamente difícil no verse condicionado por la inmensa cantidad de información que existe y no dejarse influenciar por las voces de miles de periodistas, blogueros o empresas que publican su opinión a diario sobre cada pequeño tema.
Un riesgo adicional de nuestro tiempo: perderse en la información
A pesar de que continuamente leemos y oímos hablar de innovación, emprendimiento y creatividad, hoy en día sigue resultando difícil crear algo original y genuino, precisamente por las posibilidades que internet nos brinda.
Con la tormenta de información que nos rodea, la inspiración nunca se ha visto más excitada que hoy. Los procesos internos que dan paso a la sugestión de buenas ideas se encuentran permanentemente en estado de alerta, tomando notas en nuestro subconsciente de todo aquello que nos llama la atención, para transformarlo en un momento de tranquilidad. Pero la misma información que nos inspira, puede tentarnos a acabar olvidándonos de hacer algo original.
Desde que nuestra idea nace e inmediatamente después de nuestra autovaloración, nos puede la curiosidad de correr a Google para saber qué existe al respecto o quién ha hablado sobre una idea parecida. Se requiere de una mente muy estructurada para no perderse en la información y no dispersarse entre los cientos de artículos relacionados – o no relacionados pero que han llamado nuestra atención.
Al final, es posible que parte de la motivación que teníamos al creer que habíamos tenido una muy buena idea se haya esfumado tras comprobar que otras personas ya habían pensado algo parecido y que concluyamos que no merece la pena seguir adelante. Esto suele ser un error que puede evitarse fácilmente, si planteamos nuestra idea y su forma de ejecución antes de consultar internet.
En el caso de que aún estemos dentro de la espiral de las buenas ideas y que la consulta en internet nos haya reforzado para seguir haciendo la nuestra realidad, es más que probable que la idea original se haya visto influenciada y se haya transformado de algún modo y haya perdido parte de lo que la hacía puramente original y genuina.
Por ejemplo, hace poco tiempo se me ocurrió escribir un artículo sobre por qué considero que es más importante invertir tu dinero en experiencias que te hagan crecer como persona, antes que en cosas materiales. Tras decidir que era una buena idea para un artículo (autovaloración), escribí los puntos que querría desarrollar en él y cómo lo iba a enfocar (planteamiento). Tenía muchas ideas y pensaba que podían resultar en un artículo muy interesante, sin embargo, una vez había planteado los puntos cometí el error de consultar en internet si alguien había escrito al respecto.
¿El resultado?, encontré tantos estudios, artículos e información relacionada que acabé concluyendo que ya estaba todo escrito y que no merecía la pena seguir ahondando en el tema. Pensé que si escribía el artículo, estaría copiando realmente las voces de otras personas, aunque yo hubiera tenido la misma idea.
Consultar en internet me desanimó de hacer mi idea realidad y quién sabe si habría podido aportar un punto de vista distinto o mejor a lo que ya existía.
Si estudiamos la historia y las diferencias culturales, podemos ver que existen multitud de situaciones en las que el mismo problema se resolvió de forma distinta en diferentes partes del mundo. Tanto oriente como occidente se han enfrentado a los mismos problemas de desarrollo y han acabado llegando al mismo punto, pero para ello cada uno eligió un camino diferente y tuvo aciertos y errores distintos.
Hoy en día con la globalización, cuando a una persona se le ocurre una forma de resolver un problema, enseguida analiza las soluciones que ya existen para el mismo. Y es fácil que se desanime y desista, si no está completamente convencido de que su idea es mejor. Sin embargo, en la mayoría de los casos no se demuestra que una solución nueva es mejor que una existente hasta que se ha desarrollado, está en uso y se ha optimizado y pulido.
Imagina que un investigador que se encuentre buscando una cura para una enfermedad, descubriera que en algún lugar del mundo existe una línea de investigación parecida. ¿Crees que sería sensato que abandonara la investigación porque ya hay otros que están trabajando en ella?
Por el contrario, los investigadores tienden a absorber toda la información que existe al respecto y seguir planteando diferentes variables que aún no se hayan estudiado, para poder llegar a conclusiones distintas. Suponiendo que los dos estudios alcanzaran buenos resultados, es posible que ambos planteamientos trabajaran el problema desde diferentes perspectivas, arrojando luz a un asunto en particular.
¿Tienes una buena idea? No pierdas de vista tu objetivo y persevera
Tener claro lo que se quiere alcanzar y perseverar en ello, aumentarán las posibilidades de éxito de que tu buena idea se haga realidad.
Internet es la herramienta más valiosa que existe hoy en día para analizar si tu idea verdaderamente es viable, pero aprende a usarlo con precaución y no te dejes desanimar a la primera de cambio.
Ten en cuenta que, aunque te puede ayudar para la autovaloración de la idea y para su perfeccionamiento, es probable que influencie tus resultados o incluso te desanime a seguir si la idea aún no está del todo madura. Por ello es importante saber desconectar y escuchar a tu inspiración en los momentos especialmente creativos. Ya tendrás tiempo de consultar lo que existe para pulir detalles una vez que la inspiración haya desaparecido.
Recuerda que:
Las ideas no duran mucho. Hay que hacer algo con ellas (Santiago Ramón y Cajal)
Una nueva idea es prodigiosa si en ella se escucha una constante, transcender. ¿Dónde el veneno de todo predicamento para llevarlo a cabo? En la dosis.