Algunas personas no temen lanzarse al vacío.
Saborean la adrenalina mientras planifican una nueva aventura, un nuevo proyecto o una nueva etapa.
Disfrutan explorando caminos desconocidos, probando experiencias límite, a pesar de que más de una vez hayan sentido el miedo y la frustración del que se adentra en una ruta nueva sin un guía o se hayan visto naufragando a la deriva en un mar de dudas y de inseguridad.
Y añoran las mariposas que siempre acompañan al que se adentra en territorios inexplorados, cuando descubren en el espejo el reflejo de una rutina demasiado familiar, que parece haber venido para quedarse.
Son los adictos al riesgo, los aventureros sin remedio.

Adictos al riesgo, los riesgos del día a día y la zona de confort
Hablar de riesgo es hablar de adrenalina, de nuevo y desconocido, de miedo e inseguridad, de futuro e impredecibilidad.
Resulta curioso observar, que a pesar de que la gran mayoría de las personas tengan la tendencia de perseguir y amarrar el barco más seguro en sus trayectorias personales y profesionales, algunos se empeñen continuamente en rechazar lo conocido y apostar por la inseguridad que se deriva de una nueva experiencia.
Estas personas experimentan una curiosidad insaciable por probar cosas diferentes, desde comer en un restaurante nuevo a montarse en la última montaña rusa de moda o tirarse en paracaídas. Son inquietas y no toleran bien la rutina e intentan continuamente cambiar o mejorar todo lo que les rodea.
“El hombre experimenta cierta necesidad en arriesgar su piel, sin otra razón que hacer algo mejor que otro. Es uno de los raros puntos en los que nos diferenciamos de otras especies” (Enzo Ferrari)
Aunque la naturaleza y nuestro sentido de conservación nos empujan continuamente a protegernos del riesgo y de las amenazas y a ir a lo seguro, los adictos al riesgo suelen ser personas que a lo largo de su vida dan varias vueltas de tuerca a sus situaciones personales y laborales, enfrentándose una y otra vez a lo desconocido. Y aunque puede tratarse de diferentes tipos de persona, normalmente todos tienen una cosa en común: una gran tolerancia al fracaso.
Suelen darle más importancia a las emociones que a los procesos estructurados y piensan que para saltar no necesitan que haya una red de seguridad. Por eso se tiran al vacío sin darle demasiadas vueltas y acaban dando muchas veces contra el suelo. Pero saben que las caídas forman parte de la vida y que la vida siempre da segundas oportunidades y aunque al lanzarse y al caer sientan pánico, frustración o desesperación, pasado un tiempo olvidan estos sentimientos negativos y sólo recuerdan la emoción que se sentía al saltar.
Los adictos al riesgo no pueden entender que existan personas que no desean experimentar cada faceta de la vida y que estén contentas con su rutina diaria.
Continuamente oímos y leemos mensajes que alientan a arriesgarse, a abandonar la zona de confort y lanzarse a correr nuevos riesgos. Mensajes que condenan a todos lo que piensan aquello de “más vale malo conocido que bueno por conocer”.
Sin embargo, no todas las personas están hechas para asumir riesgos, ni todas pueden sobreponerse de las caídas de la misma forma. El mismo fracaso que alienta a una persona a cambiar de camino y ver el problema desde una perspectiva diferente, puede dejar a otra hundida en un mar de dudas e inseguridad.
Quien no tienen alas no debe tenderse sobre abismos (Nietzsche)
Al igual que una persona con vértigo nunca disfrutará de un salto en paracaídas, hay quienes se encuentran cómodos moviéndose cada día en la rutina que han creado a lo largo de años y quienes no consideran que existan atractivos más allá de su zona de confort.
Estas personas, al contrario que los adictos al riesgo, son cautelosas y precavidas. Suelen llevar una vida de éxitos moderados y responden a una lógica comprensible y planificada. Tienen poca tolerancia al fracaso, por lo que casi nunca toman decisiones con grandes consecuencias, pero están conformes con los resultados de sus elecciones. Si alguna vez toman alguna decisión importante o deciden dar un salto, es porque han valorado pacientemente todos los inconvenientes y las ventajas y tienen una buena red de seguridad bajo sus pies.
Salvo en ocasiones excepcionales y normalmente debido a situaciones externas poco influenciables, estas personas tienen una vida bastante normal y estable y no se estrellan nunca contra el suelo. Si alguna vez experimentan el fracaso, se vuelven aún más cautelosos y conservadores en sus decisiones. Es posible que de este modo tengan la tendencia a olvidar los sueños propios, o a adaptarlos a sueños más prácticos y alcanzables, y que no se dejen llevar tan a menudo por las emociones sino que sigan un plan bien estructurado.
Los adictos al riesgo, por el contrario, viven una vida llena de altibajos, de éxitos y fracasos, de alegrías y decepciones. Son de los que piensan que conquistar sin riesgo, es triunfar sin gloria [1] y aunque tras muchos vaivenes llegaran a alcanzar el mismo nivel de éxito que los cautelosos, sienten más placer arriesgando y obteniendo un resultado positivo que operando de forma conservadora. Y tras alcanzar un nuevo éxito, tras calmarse la tempestad y una vez que la rutina vuelve a instaurarse, una vez que se sienten cómodos con todo lo que les rodea y con las relaciones que han creado, una vez que consiguen recuperar la estabilidad tras la última caída y pueden sentarse relajados a recoger los frutos que han sembrado, su espíritu inquieto y curioso les vuelve a lanzar a la aventura de volver a empezar.
La virtud del punto medio
Si alguna vez has ido a un banco a contratar un producto de inversión o de ahorro, es posible que primero te hayan hecho un perfil de riesgo. Hay unas preguntas muy sencillas que sirven para definir y acotar el tipo de persona que eres y la cantidad de riesgo que eres capaz de asumir. En función a esto, el banco te hace una recomendación de los productos en los que deberías invertir.
Todo pequeño ahorrador sabe, que quien no arriesga no gana. Es decir, invertir en un plazo fijo te asegura que tus ahorros más una pequeña comisión van a esperarte a salvo en tu cuenta tras pasar el tiempo acordado. Sin embargo, son los fondos de inversión de máximo riesgo en países emergentes o en empresas con una buena idea y una dudosa estabilidad empresarial los que pueden reportarte grandes ganancias. Y por supuesto, también pueden hacer que tu dinero desaparezca.
Pero como en todos los sectores, no todo es blanco o negro. Hay productos financieros con riesgo medio, que mezclan inversiones en valores estables con pequeños riesgos. Aunque nadie puede asegurar cómo va a operar la bolsa, sí es posible intentar predecir el riesgo y acotarlo.
Del mismo modo, existen algunas personas que consiguen alcanzar el frágil equilibrio entre la seguridad absoluta y el riesgo más extremo.
Son las que saltan al más puro estilo de Tarzán, de liana en liana. No pierden de vista el siguiente punto donde agarrarse, pero son capaces de saltar, con el riesgo que esto implica. Estas personas han descubierto por qué, como decía Aristóteles, la virtud se encuentra en el punto medio y tienen una vida relativamente estable, sin eternas rutinas encadenantes ni continuos saltos de fe.
Y son las personas que llaman la atención, las que consiguen grandes retos, las que dejan huella.
[1] Cita de Pierre Corneille
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