Dime lo que piensas de ti mismo y te diré lo que dicen los demás
Durante el tiempo que estuve trabajando en consultoría me encontré muchas veces en situaciones en las que uno desearía mejor no verse, como tener que enfrentarme en solitario a problemas que nunca había resuelto antes y que no sabía cómo abordar, trabajar con clientes difíciles que no saben exactamente lo que quieren y nunca están satisfechos con tu trabajo o llevar proyectos en países donde el idioma y las diferencias culturales suponían una barrera importante.
A pesar de que al principio me sentía desbordaba en este tipo de situaciones, con el tiempo fui cogiéndole el truco y aprendí a salir bien parada y a hacer un trabajo profesional – o al menos decente – aunque las condiciones no fueran las deseables.
Aunque en la mayoría de los casos los proyectos los solíamos hacer de modo individual con el cliente, al estilo “llanero solitario”, cada seis meses teníamos una charla con los jefes para revisar nuestro trabajo y ver qué cosas habían ido bien y cuáles podían mejorarse. Siempre he sido muy perfeccionista y durante los primeros años me centré sobre todo en los aspectos que, según mi propio punto de vista, no habían ido tan bien y podían hacerse mejor o en las situaciones en las que me había sentido insegura y que debía mejorar en el futuro.
La relación con mi jefe siempre fue muy buena y sincerarme con él me ayudaba en cierto modo a desahogarme de los momentos de estrés en los proyectos que había tenido que enfrentar en solitario. Además, me servía para que en la empresa supieran qué tipo de proyectos no me gustaban y cuáles me interesaban más y se me daban mejor.
Con el tiempo, la calidad de mi trabajo fue mejorando y fui ganando seguridad.
Aunque mi jefe siempre me aseguraba que yo era muy perfeccionista y que mis proyectos siempre iban mejor de lo que yo misma decía, muy a menudo cuando comentábamos los objetivos anuales, hacía hincapié en que tenía que mejorar justo los aspectos que yo había mencionado alguna vez como inseguridades propias.
Oír las mismas cosas a la larga empezó a cansarme. ¿Por qué me repetía siempre lo mismo? ¿Es que no se había dado cuenta de lo que habían mejorado verdaderamente mis proyectos y lo contentos que estaban mis clientes?
Y entonces lo entendí.
Ni mi jefe ni nadie de la empresa sabían exactamente cómo iban los proyectos. Sólo sabían lo que yo había ido contando de forma explícita.
Y aunque profundizar en las mejoras potenciales y en mis inseguridades me había ayudado en el día a día para rebajar mi estrés, había sido demasiado modesta para hablar bien de mis proyectos y recalcar mis éxitos y había omitido contar los mejores resultados. Siempre había pensado que si no decía que algo iba mal, los demás pensarían que había ido bien. Pero nada más lejos de la realidad.
Lo que no se menciona de forma explícita no existe para los demás.
Nuestra tendencia egocéntrica nos inclina a pensar que las personas que nos rodean tienen el tiempo y el interés de preocuparse por nuestra vida o nuestro trabajo y que van a seguir de cerca nuestros pasos. Pero esto no es así.
Ser modesto con los éxitos y discreto con los fracasos puede ser la vía políticamente correcta, pero es el camino más rápido a pasar totalmente desapercibido.
El pintor Salvador Dalí solía calificarse a sí mismo como genio. Con 15 años escribió:
– Seré un genio, y el mundo me admirará. Quizá seré despreciado e incomprendido, pero seré un genio, un gran genio, porque estoy seguro de ello.

En varias ocasiones le preguntaron cómo se atrevía a apodarse de forma semejante, pero él sabía que si no lo decía y creía él mismo, difícilmente iban a decirlo o creerlo los demás. Y aunque sonara arrogante y excéntrico en su momento, aún hoy en día el adjetivo de genio es el que primero suele venirnos a la mente cuando pensamos en Dalí.
Del mismo modo que es necesario hablar bien de ti mismo, es muy importante que nunca te critiques delante de los demás o critiques tu trabajo si no quieres causar una impresión poco profesional. Aunque un trabajo sea bueno y por modestia digamos que no es para tanto, el mensaje que calará es, precisamente, este último.
¿No te has dado cuenta nunca de que las personas que siempre reciben un ascenso en la empresa son precisamente las que mejor hablan del trabajo que hacen? Seguro que coincide con las mismas que van vestidas al trabajo como si ya le hubieran dado el ascenso hace tiempo y se comportan como si ya ocuparan esa posición. Estas personas creen siempre que su trabajo es muy bueno – incluso aunque no sea cierto – y hacen que los demás también lo crean.
Volviendo a mi historia, decidí cambiar la dirección de las charlas anuales y empecé a hablar bien de mis proyectos y comentarle a mi jefe los pequeños éxitos que iba consiguiendo y de los que estaba muy orgullosa. Como no estaba acostumbrada, al principio me sentía un poco rara hablando de las cosas que me habían salido bien y de lo contenta que estaban mis clientes, pero aún así superé mis inseguridades y lo hice.
Al tiempo, cuando me fui de la empresa y organicé una comida de despedida, mi jefe hizo un discurso en el que mencionó toda mi trayectoria en los años que había estado en la empresa y todo lo que yo había contribuido a mejorar.
¿Qué crees que dijo de mí?
Exactamente las mismas frases – literales – que yo le había señalado en las charlas como éxitos propios. Después de tantos años, lo que más había calado era precisamente las cosas que yo misma había señalado.
Mirando con perspectiva, creo que no cambiaría mi comportamiento de los primeros años. Me gusta ser una persona transparente y ser crítica conmigo misma – si bien de forma moderada – siempre me ha ayudado a alcanzar muy buenos resultados. Sin embargo, estoy segura de que si me hubiera acordado de hablar bien de las cosas de las que me sentía orgullosa en lugar de ser demasiado modesta y esperar a que los demás se dieran cuenta, mi trayectoria en la empresa habría crecido más rápidamente.
Así que te animo a cuidar un poco tus palabras y a elogiarte a ti mismo de vez en cuando por un trabajo bien hecho. Recuerda que si tú mismo no te lo crees y no admiras lo que haces, difícilmente nadie más lo hará.
Qué bonito.
Muchas gracias por el post, me he sentido muy identificada. Yo tambien soy muy perfeccionista y le doy mas importancia a las cosas malas que a las buenas, pero quiero cambiar esto.
Un saludo
¡Muchas gracias! Me alegro de que te haya servido de ayuda
¡Hola Estela! Soy Fátima, de «Las Esclavas». ¡Cuánto tiempo!
Acabo de leer este post pero hace ya algunas semanas que conozco tu blog. Quería darte la enhorabuena abrir esta ventana a la reflexión y el crecimiento personal. Es tan necesario pararse a pensar de vez en cuando en esta vorágine y son(mos) tan pocos los que lo hacen(mos)…
¡Te mando mucho ánimo para que continúes con esta tarea tan interesante! Un besote.
¡Hola Fátima! no sabes lo que me alegra leerte y que te hayan parecido interesantes los artículos. Yo también pienso que es algo completamente necesario en nuestras vidas pero que tendemos a olvidarlo con las prisas…
Ánimos recibidos ;), para cualquier cosa ya sabes que encantada de ayudar.
Un abrazo!
Es cierto, pero yo prefiero ser sincero conmigo sin autoengañarme y conocer personas que valoren lo que hago independientemente de lo que yo piense de mi trabajo. Sé que es muy difícil porque a la mayoría no le interesas pero cuando cuando encuentras a alguien que si, la satisfacción es enorme 🙂