Mi amiga Flavia es una viajera empedernida, que nunca se pierde una oportunidad de conocer algo nuevo o hacer una escapada de fin de semana. Pero cuando hace unos años me dijo que se iba un mes de viaje completamente sola a recorrer Camboya, pensé que estaba loca. Y por mucho que ella intentara explicarme que viajar solo tiene sus ventajas, para mí no tenía ningún sentido.
Pues bien, este año he emprendido el primer viaje en solitario de mi vida. Si alguien me hubiera dicho hace unos años que llegaría el día en el que cogería una mochila (bueno y en este caso también una maleta enorme, lo confieso) y me iría unas semanas a viajar sola por el mundo… bueno, después de reírme un rato habría pensado que era mejor no seguir hablando del tema, porque esa persona no me conocía en absoluto. ¿En qué momento iba a ocurrírseme a mí hacer algo así?
Es increíble la capacidad que tenemos las personas de sorprendernos continuamente a nosotros mismos. Pero después de estar un tiempo pensando que necesitaba un cambio, la idea empezó a rondar mi mente.
Al principio no me atrevía a decirlo en voz alta. Era un pensamiento de esos que se quedan en alguna parte de la cabeza pero que no pasan a primera línea. Pero cuando llegó el momento de tomar una decisión, las palabras salieron de mi boca como si ya estuviera todo decidido: “-Me voy unas semanas a Corea del Sur y a Australia. Y me voy sola”.
A partir de ese momento todo se centró en los preparativos del viaje y en ir absorbiendo toda la información necesaria sobre los dos destinos.
Si alguna vez has hecho un viaje largo, seguro que has experimentado estas fases:
- Incertidumbre y expectación durante los preparativos del viaje, mientras decides qué países o qué ciudades vas a visitar, lees un poco sobre la cultura local, miras el tiempo que hace en esos sitios y vas pensando qué vas a necesitar y qué vas a llevarte en la maleta.
- Nervios y un sentimiento de euforia el día antes de salir, durante el vuelo y cuando por fin aterrizas en el primer destino. Todo es desconocido y la sensación de estar un poco desorientado te acompaña durante los primeros días (y si vas muy lejos el terrible jet lag).
- Seguridad en ti mismo cuando empiezas a entender cómo funciona el país y cómo son las costumbres locales, qué comida te gusta más y dónde conseguirla o cómo llegar donde quieres con el transporte público. En esta fase empiezas a desenvolverte mejor y ya la sensación de sorpresa empieza a mitigarse, aunque cada día hagas un plan diferente y conozcas algo nuevo. Empiezas a relajarte y el estrés de la rutina que has dejado atrás comienza a difuminarse lentamente. Ya no recuerdas con claridad por qué estabas tan agobiado con el trabajo y se te olvida que tenías muchos puntos en tu lista de cosas pendientes.
- Añoranza por el hogar y por las personas que has dejado atrás. Tras unas semanas lejos de todo, consigues al fin desconectar y aunque disfrutas más el tiempo y tiendes a condensar menos los planes, los días parece que avanzan mucho más rápido. De repente te ves pensando de nuevo en la vida que dejaste y ya no la recuerdas con estrés sino con una cierta nostalgia. Este sentimiento te acompaña hasta el momento de la vuelta.
En esta ocasión me ocurrió exactamente lo mismo, pero con una diferencia: según iban pasando los días, empecé a sentirme una persona distinta, más libre y con una mayor paz interior. Este sentimiento se fue haciendo más fuerte con los días e incluso permaneció conmigo unas semanas después de volver.
Y aunque al principio no sabía identificar muy bien el origen de este bienestar, tras meditar un poco me di cuenta de que había vivido en primera persona los beneficios que viajar solo te pueden aportar.
¿Quieres saber cuáles son? Pues sigue leyendo.
Las ventajas de viajar solo
1. Tener la libertad de poder hacer siempre lo que quieres
Lo primero que me vino a la mente es que durante todo el viaje pude hacer exactamente lo que quise en cada momento. Y no puedes ni imaginar la libertad que da este sentimiento.
Normalmente y según vamos afianzando nuestro círculo cercano de personas, vamos aprendiendo que en la vida todos tenemos que ir haciendo pequeñas concesiones en el día a día, pequeños acuerdos con las personas que nos rodean, en los que nos ofrecemos a hacer algo, a cambio de conseguir otra cosa que queremos. Estas concesiones se vuelven tan automáticas que las integramos en todas nuestras actividades y en nuestra forma de vida y las acabamos haciendo de forma inconsciente. Piensa en un momento en las siguientes situaciones:
- Trabajo: trabajas duro todo el año para poder costear tus gastos e irte de vacaciones un par de semanas al año
- Amigos: accedes a ir un día a comer a un restaurante indio, que no es de tus favoritos, con la seguridad de que así otro día iréis a comer sushi.
- Familia: comes a una hora concreta porque los demás tienen hambre o se tienen que ir pronto, aunque tú aún no tengas hambre. Otros días eres tú el que insiste.
- Pareja: acompañas a tu pareja a ver un partido de fútbol que no te interesa en absoluto, sabiendo que así otro día él te acompañará al IKEA.
Seguro que en tu día a día la mayoría de estas cosas (probablemente menos trabajar) las hagas con gusto y casi sin pensarlas. De hecho, seguramente salen de ti y además son necesarias porque te aseguran una estabilidad y un equilibrio en tus relaciones personales, lo que todos necesitamos en mayor o menor medida.
Por eso, cuando de repente me vi sola y que podía elegir absolutamente todo lo que quería hacer, me invadió un sentimiento de libertad inigualable. Comía sólo cuando tenía hambre y lo que me apetecía, hacía los planes que quería y como quería, aunque no fueran exactamente los que tenía planificados de antemano y no llevaba horarios. Esto me ha confirmado (una vez más) lo necesario que es tener tiempo para uno mismo. Ese tiempo del que hablan las revistas de bienestar y que tendemos, sobre todo las mujeres, a menospreciar y subestimar. Queremos estar en todos sitios y satisfacer a todo el mundo. Pero es necesario que también te dediques a hacer exactamente lo que a ti te apetece de vez en cuando para poder ganar este sentimiento de libertad.
2. Aprender – o reaprender – a escucharse a uno mismo
Estar solo durante un periodo largo de tiempo, te ayuda a poder escuchar lo que verdaderamente piensas y lo que tu cuerpo necesita.
Con las prisas de la vida, esto no siempre es posible porque ahogamos nuestra voz interior con muchas obligaciones autoimpuestas y externas, compromisos laborales y sociales, la televisión cuando estamos en casa y la radio cuando vamos en el coche… Y por supuesto el móvil las 24 horas del día, que se encarga de que permanezcamos en un estado constante de alerta y disponibilidad. Es imposible que nuestra voz interior se deje oír con todo este ruido.
Pero al viajar sola he tenido muchos momentos de autobuses, trenes y rutas de senderismo en los que la cobertura te falla o se te acaba la batería y no te queda más remedio que mirar el paisaje y permanecer en silencio. Sin interferencias. Y he ido notando como mi cabeza se despejaba y cómo he podido canalizar mis preocupaciones hasta que se han atenuado.
Cuando uno permanece en silencio durante un tiempo, empieza a escuchar los pensamientos con una claridad distinta, más definida. Y estando solo, uno sabe que puede dedicarse a escucharse tanto tiempo como sea necesario, sin riesgo a que le interrumpan y que las cosas se queden “a medio pensar”.
3. Recordar que realmente no te importa lo que piensen los demás
Otra cosa que he aprendido en este viaje, es a que me importe un poco menos lo que los demás piensen de mí. Esto, que de pequeña no me preocupaba tanto, creo que con el paso del tiempo se había llegado a convertir en un pequeño obstáculo de mi vida adulta.
Querer que todos piensen bien de ti, es agotador. Uno incluso deja de tomar las decisiones que verdaderamente quiere porque le da cierto reparo o vergüenza lo que los demás dirán.
Pero cuando estás solo y fuera de tu entorno, donde nadie te conoce y difícilmente vas a sentirte juzgado, el miedo al ridículo y a lo que piensen de ti se atenúa. Sé que no puedo decir que desaparezca por completo, al menos en mi caso, pero sí que se pueden hacer grandes progresos.
Por ejemplo, estando en Australia al principio me daba vergüenza hacerme selfies en sitios impresionantes con el palo-selfie. Sacaba la cámara y la ajustaba corriendo al palo y me hacía la foto cuando pensaba que nadie me veía. Y claro, con las prisas las fotos salían movidas y sin un buen encuadre. Hice así varios intentos hasta que pensé: “- Eres idiota. Te vas a perder tener buenas fotos de los mejores sitios porque te da vergüenza lo que piensen de ti unas personas que no sabes quiénes son y que probablemente no vayas a ver en la vida”.
Otro ejemplo, es que antes de publicar el Blog me daba mucha vergüenza que algunas personas leyeran experiencias que no había contado hasta ahora a casi nadie. Tenía tanta inseguridad, que no me decidía a poner una fecha para publicar el Blog. Pero tras el viaje he ganado la seguridad que necesitaba y me lancé a publicarlo, aunque fuera consciente de que no todo el mundo pensaría que estaba bien.
Y aunque aún no puedo decir que me resbale todo lo que opinen de mí, porque no sería cierto, espero que esta lección de ser auténtico a pesar de los demás haya calado en mí. Porque el sentimiento de libertad no tiene precio.
¿Y tú, hay momentos en los que has dejado de hacer algo porque te daba vergüenza o miedo lo que pensaran los demás?
4. Uno es más accesible y aprende, conoce y experimenta mucho más
¿Nunca te ha pasado que has viajado a algún lado con tus amigos y aunque te lo has pasado genial, cuando vuelves te das cuenta de que prácticamente no te has quedado con nada del sitio?
Viajar solo es la mejor manera que existe de empaparse de la cultura local y tener experiencias nuevas. No sólo estás más atento a la historia y a las costumbres de tu destino, sino que eres mucho más accesible al resto del mundo, por si quiere interactuar contigo.
En mi viaje he conocido e intimado con personas de todo el mundo y me he llevado experiencias extraordinarias. Como Mauricio, un compañero brasileño que conocí en Seúl y que me dijo que “- los amigos no se hacen, sino que se encuentran”, o Mirambe de Uganda, que me abrió los ojos a su modo de vida y a sus costumbres diferentes a las mías. O Alban, un chico francés que llevaba años viviendo en Asia y que me explicó toda la situación académica y laboral en Corea del Sur y me abrió los ojos al modo de pensar asiático.
Sé que no habría tenido ninguna de estas conversaciones ni habría intimado con estas personas de no haber estado sola, porque precisamente estar sola es lo que me hizo acercarme a estas personas y que ellas se acercaran a mí. Y las historias que te cuentan personas que tienen modos de vida completamente diferentes al tuyo, hacen que crezcas más y aprendas a ver el mundo con otros ojos.
Concluyendo…
No pienso cancelar mi viaje anual con mis amigas, porque cada año me río muchísimo y me lo paso tan bien que me recarga las baterías.
Pero he aprendido que tener tiempo para sí mismo y viajar solo de vez en cuando es una experiencia necesaria para aclarar las ideas y no perderse. Y aunque no tienen que ser cinco semanas, me he propuesto como mínimo hacerlo un fin de semana al año.
¡Te invito a ti también a que le des una oportunidad!
Si quieres coger alguna idea, lo mismo te interesa pasarte por el Blog de mi amiga Flavia.
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