Si me sigues, sabes que normalmente uso este blog para compartir mis experiencias sobre cómo vivir de forma más consciente y auténtica y sobre cómo encontrar nuestro camino en esta vida. Y que mi intención con ello es ayudarte e invitarte a aprender conmigo en este camino.
Pero hoy tenía ganas de escribir, por el simple placer de hacerlo, con el único objetivo de reflejar una inquietud y compartirla con aquellos que puedan sentirse reflejados.
Ya han pasado cuatro años y medio desde que decidí dejar mi tierra y mudarme a Alemania.
En este tiempo, mucho ha cambiado dentro de mí. He crecido y madurado, como lo habría hecho en España, pero también he creado una vida muy distinta a la que habría creado allí y he adquirido una forma diferente de ver las cosas.
Tanto, que algunas veces me pregunto si habré perdido las raíces.
Si has vivido lejos de tu hogar durante un tiempo suficiente largo, seguro que sabes a lo que me refiero.

Perder las raíces
Ahora que la nostalgia es cada vez más pasajera;
Ahora que he dejado de blandir con orgullo la bandera de mi tierra, porque sé que a muy pocos les importa;
Ahora que hasta palabras en mi propio idioma me suenan extrañas y que he aprendido a expresarme con otros matices;
Ahora que ya no suelo desorientarme en ninguna parte, porque aunque todo sea diferente, todo acaba teniendo un sabor parecido;
Ahora que he aprendido a distinguir lo bueno y lo malo de cada país donde he vivido, trabajado o simplemente visitado;
Ahora que entiendo todos los puntos de vista en una conversación, aunque no los comparta;
Ahora que llevo tanto tiempo sin sentir cerca a mi familia, aunque hable con ellos o los vea varias veces al año;
Ahora empiezo a pensar que quizá esté perdiendo mis raíces.
Que hace tiempo que dejé de ser la que fui.
Que perdí la cercanía de sentirme en casa. Uno olvida este sentimiento cuando está lejos tanto tiempo, pero espera volver algún día.
El hogar, nunca es ya el hogar. En todos falta algo.
Las emociones se viven de forma distante, como adormecidas.
Las malas noticias apenas conmueven y la alegría de las buenas se transforma en una leve sonrisa.
La calidez se va escapando poco a poco y uno se vuelve más y más frío.
Y aunque se añore lo que se dejó, se aprende a añorar de otra manera.
Se aprende a ver las cosas con otra perspectiva.
Una perspectiva que a veces se difumina en la memoria, como si de un sueño se tratara.
Hasta que se vuelve a casa, y entonces el sueño cambia. Y lo que era soñado pasa a ser real y lo que era real, soñado. Y la realidad confunde y pasa a ponerse en duda.
Y es en esos momentos, cuando uno siente que sin raíces no puede seguir creciendo.
Y siente que va siendo hora de volver, pero a la vez, sabe que aún queda mucho por ver, por hacer, por vivir.
Estela, ¡me ha encantado!
Parece que me hubieras leído el pensamiento 😛 Creo que todos los que llevamos un tiempo lejos de casa nos sentimos así. Para lo bueno y para lo malo.
Un beso y sigue escribiendo posts así de vez en cuando 🙂
Flavia
Si, de vez en cuando hay ganas de compartir experiencias asi…
Que bonito! Un camino de maduración estupendo y que seguro te ha hecho ser mejor persona. Un abrazo
Gracias! Se va aprendiendo de todo en la vida, nos guste más o menos. Pero desde luego, son experiencias que te dejan huella.
Un abrazo, Estela