Si tuviera que pensar en una sola lección importante que todos los niños tuvieran que tener clara al acabar el colegio, para mí sería sin duda la de no dejes de amar lo que haces.
Muchas depresiones y problemas de infelicidad en las personas se resolverían, o nunca habrían llegado a existir, si este principio estuviera lo suficientemente claro. Si con el paso del tiempo no nos hubiéramos esforzado por aprender cientos de cosas menos importantes y olvidar las lecciones básicas de la vida. Y digo olvidar, porque «amar lo que haces» es una de esas aptitudes innatas con las que venimos al mundo de serie. Y aunque algunos consiguen seguir perfeccionándola y mejorar su capacidad de sentirse libre y disfrutar cada momento, la mayoría va desaprendiéndola lentamente, hasta que casi consigue olvidarla por completo.
¿O es que no recuerdas cuando eras pequeño y disfrutabas cada minuto de tu “tiempo libre”? De hecho, en tu tiempo libre – que era casi todo el día – estabas ocupado en hacer cosas que te hicieran feliz. Usabas tu tiempo para correr, jugar con los legos o las muñecas, pintar o hacer manualidades. Los únicos que podían interponerse en tu felicidad eran tus profesores o tus padres, que intentaban acotar tu tiempo obligándote a hacer algunas cosas desagradables como lavarte los dientes o irte a la cama. ¿Y cómo reaccionabas entonces? Pues como casi todos los niños: te quejabas, llorabas o te enfadabas con los que no te dejaban hacer exactamente lo que querías hacer.
Con el paso del tiempo y según vas creciendo y madurando, aprendes que hay una serie de obligaciones que tienes que cumplir. Estas obligaciones, que al principio pueden ser tan pequeñas como sacar la basura, hacer los deberes o ir a visitar a algún miembro de tu familia con el que no tienes mucho trato, poco a poco van haciéndose mayores y van demandando cada vez más tiempo. Y cuando entras en la vida adulta, y casi sin que te hayas dado cuenta de cómo ha sido, las obligaciones han pasado a ocupar el lugar más importante de tu día a día, alrededor de las cuales pende todo lo demás.
Seguramente, aún continúas haciendo las cosas que te gustan. Pero es posible que las hayas relegado a un escaso tiempo libre, que día a día amenaza con hacerse más pequeño hasta desaparecer. Y aun así no reaccionas.
Estamos tan acostumbrados a ver y oír que el tiempo es un “bien escaso”, que ante estas situaciones reaccionamos con una preocupante normalidad.
Simplemente, hemos aceptado que el tiempo libre no tiene cabida en este mundo.
Porque si lo piensas, ¿de verdad crees que merezca la pena luchar por tu tiempo libre? ¿No tendría más sentido luchar por un aumento de sueldo?
¿O qué consideras más importante: tener un trabajo mejor y con mayores responsabilidades o tener más tiempo para ir a tomar el sol?
UN BREVE VIAJE A LA INFANCIA
Seguro que alguna vez te han contado la fábula de la cigarra y la hormiga:
Una hormiga estuvo durante todo un verano trabajando sin descanso, construyéndose una casa y aprovisionando comida. Una cigarra, que veía a la hormiga realizando sus tareas, se reía de ella cada día por su trabajo duro y por no saber disfrutar de la vida y del buen tiempo, mientras ella se relajaba y se divertía cada día. Cuando llegó el invierno, la hormiga se encerró en su madriguera y pudo sobrevivir gracias al fruto de su trabajo y a lo que había estado aprovisionando durante el verano. La cigarra, por su parte, murió de hambre y de frío porque no había previsto que vendrían tiempos malos y no pudo encontrar cobijo ni comida.
Moraleja: trabaja siempre duro porque nunca sabes cuando las cosas pueden torcerse.
Desde niños aprendemos que ser vagos y disfrutar demasiado de la vida, en lugar de trabajar duro, puede tener consecuencias muy severas. Pero la moraleja de esta fábula, que de entrada parece estar cargada de sentido común, ha calado tan hondo en nosotros que resulta muy común llevarla al extremo.
¿Alguna vez te ha dicho alguien que se ha ido de compras o a jugar al golf entre semana y has pensado con un cierto desdén: cómo puede tener tiempo para eso?
Y te sientes muy importante porque tienes más puntos en tu agenda que horas tiene el día. Pero a la vez sientes que el día sólo tiene 24 horas y no alcanza para todo lo que tienes que hacer y notas como vas estirándote y estirándote. Es cuando te dices a ti mismo que necesitas urgentemente unas vacaciones. Para desconectar con todo y hacer, por una vez, sólo y exclusivamente aquello disfrutas y de lo que tienes ganas.
El caso es que a pesar de este sinsentido, la mayoría de las personas aprenden a encontrar un equilibrio entre las muchas obligaciones de la vida y las cosas que disfrutan y les dan felicidad. Habiendo asumido que “no hay tiempo”, se contentan con dedicar una o dos horas al día – en el mejor de los casos – a practicar un deporte o un hobby, ver una película o leer un libro. Y con ese tiempo consiguen desconectar para afrontar los retos laborales y demás obligaciones.
Y mientras este equilibrio funcione, todo va bien.
El problema suele aparecer cuando, por alguna circunstancia, el equilibrio se rompe y durante varias semanas seguidas las obligaciones no nos dejan más remedio que renunciar a nuestra vía de escape. Es entonces, cuando muchas personas se quiebran y empiezan a cuestionarse el sentido de todo y es cuando aparecen las depresiones o los episodios de infelicidad.
Es curioso ver lo rápido que dejamos a las obligaciones ser el patrón del barco de nuestra vida y lo fácilmente que olvidamos que estamos en el mundo para ser felices y que el tiempo debería ser para hacer las cosas que consideramos importantes.
Antes de empezar a trabajar, ya hemos aceptado que el trabajo es “una maldición bíblica” – esta frase en particular me la han recordado muy a menudo – y estamos predispuestos a hacerlo a pesar de que no nos satisfaga. Nos convencemos de que es parte de la vida adulta, una obligación más: trabajar en algo productivo – aunque no nos guste y nos agote.
Y sin embargo, la mentalidad de los grandes triunfadores es precisamente la contraria. Thomas Edison dijo: “No he trabajado ni un día en toda mi vida. Todo fue diversión”.
Las personas que más éxito tienen en su trabajo y más felices son, son las que piensan que tienen menos obligaciones, porque aprendieron bien la regla de “ama lo que haces”. Éstas disfrutan de su tiempo de trabajo como si fuera tiempo libre.
Puede que hagan lo mismo que tú en su día a día, pero mientras que ellos ponen toda su pasión y las horas se les pasan volando, tú has mirado cuatro veces las actualizaciones del periódico, te has tomado dos cafés y el reloj aún marca las once.
Y no sólo se trata de triunfar en tu trabajo. Si amas lo que haces en tu día a día y lo conviertes en tu bandera, descubrirás que tu nivel de felicidad se disparará. Siempre van a seguir existiendo obligaciones que preferirías no tener que hacer y circunstancias adversas, pero estarás dedicando muchas más horas a actividades que disfrutas y no sentirás que estás bailando en la cuerda floja.
La parte que siempre se omite en la fábula, es que aunque la cigarra murió de hambre y frío el primer invierno, la hormiga tuvo que darse de baja al cabo de un par de años por culpa de un severo burn-out e igualmente acabó muriendo un par de inviernos más tarde.
Y la verdadera moraleja, es que las siguientes generaciones de hormigas y cigarras, habiendo visto lo malo que podían ser los dos extremos, se replantearon la forma que habían tenido siempre de hacer las cosas. Dividieron las tareas y cada uno se ofreció voluntario para hacer lo que más le gustaba y hacía con más pasión y aprendieron a equilibrar el tiempo que le dedicaban a las obligaciones y a disfrutar de la vida. Y así lograron sobrevivir muchos inviernos.
Por eso te invito a que dediques un momento a pensar si disfrutas la mayor parte de las cosas que haces en tu día a día. Y si tu respuesta es negativa, que te animes a cambiarlo.
Fuente: imagen de la fábula
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